miércoles, 30 de enero de 2013

Hay fotos que caducan, que se consumen lentamente.



Da pena saber que te obligan a tirar varios años de tu vida a la basura. Incluidos los recuerdos, ya sean buenos o malos momentos, objetos con sentimientos incorporados, fotos con memoria... todo, sin distinciones. Es algo que no eliges ni siquiera ellos, pero sucede. Así, sin más. Y de repente un día te das cuenta. Pero ya no hay vuelta atrás.
Un buen día descubres que no todos los que están a tu lado te quieren, que la codicia mueve a las personas y que un amigo está tanto en lo bueno como en lo malo. Duele saber qué las cosas cambian y más cuando haces todo lo posible para que eso no ocurra. De qué sirve entonces luchar por una relación de amistad, por qué vas a dar tu vida por alguien que no te prestaría ni un libro cualquiera de su estantería.
A veces esperamos demasiado de otras personas, solo porque nosotros estaríamos dispuestos a hacer mucho más por ellos. ¿Somos ingenuos? No, somos humanos. Pero duelen tanto esas cálidas lágrimas que se desbordan añadiendo momentos que deben ser recordados para, quizás, hacernos más fuertes, para decirnos que esa persona no merecía la pena y que no se merece ni un minuto en nuestra cabeza. Pero es nuestra naturaleza. Así somos… y eso nadie podrá cambiarlo.
Todos hemos pasado por una situación similar. Mirar a un viejo amigo y ver en él, en el reflejo de sus ojos, todos los momentos que fuisteis felices sin motivo, simplemente por ser esa persona la que estaba a tu lado. Mirarle fijamente y descubrir que ese tiempo acabó, que el mar se lo ha tragado y lo ha sumergido, que nunca lo podrás recuperar. Nunca. Podrás crear recuerdos nuevos pero no podrás volver a atrás. Nada será igual. 


Duelen tanto las fotos y todo lo que tienen que contar. Las sonrisas no engañan y una imagen vale más que mil palabras. Duelen, no son igual que los momentos vividos y, eso nos hace daño. Te obligan a saber que nunca volverás a ser tan feliz con esa persona como en aquel momento, que vuestro tiempo acabó y que la palabra amistad no significa lo mismo para todos.
En ese momento descubres que en el mundo hay dos tipos de personas: las soñadoras y las realistas. Son muy distintas entre sí, cada una con sus más y sus menos. Están divididos pero, a veces, es bueno que se mezclen porque los soñadores le dan la vida a los realistas, les muestran que hay mucho más jugo que sacarle a las cosas y que los pequeños detalles son los más importantes; y los realistas hacen que los soñadores no vuelen muy cerca del sol y no se quemen.
Yo me considero una persona soñadora, quizás por ese motivo esté escribiendo estas palabras que delatan que la perfidia de algunas perdonas ha acabado conmigo. Pero no voy a cambiar. Soy así, no puedo evitarlo. Quizás mi objetivo (y el de cualquier persona soñadora) sea dibujarles sonrisas a los realistas para que puedan llegar a comprender que en la vida, al final, pesa más lo bueno que lo malo aunque no podamos evitar sentirnos vacíos en ocasiones.  Al fin y al cabo, las palabras nunca reemplazan a los sentimientos.