sábado, 30 de noviembre de 2013

Final del trayecto: La felicidad está en los pequeños detalles.

Y allí estaba, tonteando con el tiempo. Jugando a un juego en el que nunca tuvo elección. No había elegido el destino pero, al menos, no la habían llevado a un lugar horrible.
Allí estaba ella, mirando a través de los cristales de un tren que se quedó a mitad de camino sin silencios. Parada tras parada, fue deshaciendo cada equivocación de aquel nuevo invierno que asomaba en cada gota de lluvia al resbalar por los cristales. Su reflejo era más constante, más... frío. Sus ojos, más brillantes.
Cada vez estaba más lejos de aquel olor a lavanda y a falso. ¿Estaba huyendo? No, estaba intentando continuar.
-Es un reto imposible- se repetía una y otra vez con aquella voz apagada.

El túnel dió paso a un sol sofocante y húmedo por la lluvia. Un tanto eclipsador. Intentó, en un vago intento, rozar sus filamentos dorados con la punta de sus dedos. Pero eso es cosa de ángeles, no de vagabundos.
La lluvia dió paso al frío y, éste, a la nieve. Solía quedarse observando como aquellos pequeños copos se deshacían al caer al suelo y dejaban escapar consigo aquel silencio que tanto deseaba recuperar.
El tren no se detuvo (ni la nieve). Continuó su trayecto. Recorrió todas las paradas, tres veces. De principio a fin.
Tres veces.
Y así, llegó al final del trayecto. Y lo comprendió todo...
Era Feliz.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Primera parada: Locura.



Y entonces volvió. Volvió como el dulce recuerdo del olor a galletitas recién salidas del horno, volvió como la nieve cada invierno que llena las calles antiguas y frías de aquella pequeña ciudad cansada de observar o como las gotas de lluvia que se aferran a su ventana. No sabría decir por qué volvió. Pero lo hizo…
Justo a tiempo.
Hacía meses que no recorría aquellas calles, aquel rincón. Oscuro y dulce en su memoria.  Seguramente por miedo. Simplemente, era miedo. Pero las cosas habían cambiado (y, a su vez, muchas personas e, incluso, la sonrisa de sus pupilas). Las estrellas eran más grandes y la lluvia más rápida. La noche oscurecía de forma especial, resbalando suavemente hacia el horizonte en busca de una luna en tonos plateados, danzantes, casi amarillentos. Con color a viejo.  Su búsqueda de sonrisas la habían convertido en coleccionista. Y ladrona.
Las cosas habían cambiado hacia un estado que podía olerse en el ambiente, hacia un dulce infierno. 
Yo lo llamaría Felicidad.
Quizás por eso volvió. Y no por el miedo.  Ni por ellos, ni por su sonrisa…


lunes, 11 de febrero de 2013

Toda verdad guarda una gran mentira.


Sin duda alguna, hablar es muy fácil. Solamente debes enlazar unas cuantas sílabas decoradas con un par de letras y… ¡Pam! Pero, al final del túnel, las palabras no valen. Son los hechos los que establecen una unión que no es pasajera, son la cuerda que emerge al exterior llamada “Verdad”.  Es como una promesa incumplida, así definiría yo a las palabras. Promesas que invaden, que crean decisiones que solo quedan en pensamientos que, evaporándose lentamente hacia un cielo de helio, desaparecen.
Ciertas personas pensarán que estás loca al intentar rozar el sol con la punta de los dedos. Se basarán en el hecho de que puedes quemarte. Pero ese dolor no es mayor al del corazón que sangra vida, momentos y poemas perdidos en el baúl de los recuerdos (viejos y oxidados). Al fin y al cabo, esos hechos tienen algo de lógica, por no llamarla “elección”. Siempre he pensado que cuando estás a punto de cruzar una línea, elegir el camino correcto o decidir si atravesar el puente o el río a nado, tienes dos opciones: Seguir adelante, sin mirar atrás, sin pensar en las consecuencias, el llamado placer momentáneo, que solo dura esos instantes; O pararte a pensar, meditar el después y tus alternativas. En conclusión, hacerlo o no hacerlo. Y cuando habrás esa puerta ya no habrá vuelta atrás porque qué sucede en el instante en el que sabes que el final está próximo pero aún no lo ves.
Vacío. Un oscuro y frío vacío que se apodera de tu cuerpo, inyectándose en tus venas, recorriendo cada artería, atravesando el corazón… tu cuerpo entero, de pies a cabeza. Una sensación no recomendable para tu fuero interno. Pero las sonrisas no se borran, ya es tarde para eso. Esta noche, limitémonos a ser nosotros mismos. Solo así conseguiremos ocultar el miedo…


miércoles, 30 de enero de 2013

Hay fotos que caducan, que se consumen lentamente.



Da pena saber que te obligan a tirar varios años de tu vida a la basura. Incluidos los recuerdos, ya sean buenos o malos momentos, objetos con sentimientos incorporados, fotos con memoria... todo, sin distinciones. Es algo que no eliges ni siquiera ellos, pero sucede. Así, sin más. Y de repente un día te das cuenta. Pero ya no hay vuelta atrás.
Un buen día descubres que no todos los que están a tu lado te quieren, que la codicia mueve a las personas y que un amigo está tanto en lo bueno como en lo malo. Duele saber qué las cosas cambian y más cuando haces todo lo posible para que eso no ocurra. De qué sirve entonces luchar por una relación de amistad, por qué vas a dar tu vida por alguien que no te prestaría ni un libro cualquiera de su estantería.
A veces esperamos demasiado de otras personas, solo porque nosotros estaríamos dispuestos a hacer mucho más por ellos. ¿Somos ingenuos? No, somos humanos. Pero duelen tanto esas cálidas lágrimas que se desbordan añadiendo momentos que deben ser recordados para, quizás, hacernos más fuertes, para decirnos que esa persona no merecía la pena y que no se merece ni un minuto en nuestra cabeza. Pero es nuestra naturaleza. Así somos… y eso nadie podrá cambiarlo.
Todos hemos pasado por una situación similar. Mirar a un viejo amigo y ver en él, en el reflejo de sus ojos, todos los momentos que fuisteis felices sin motivo, simplemente por ser esa persona la que estaba a tu lado. Mirarle fijamente y descubrir que ese tiempo acabó, que el mar se lo ha tragado y lo ha sumergido, que nunca lo podrás recuperar. Nunca. Podrás crear recuerdos nuevos pero no podrás volver a atrás. Nada será igual. 


Duelen tanto las fotos y todo lo que tienen que contar. Las sonrisas no engañan y una imagen vale más que mil palabras. Duelen, no son igual que los momentos vividos y, eso nos hace daño. Te obligan a saber que nunca volverás a ser tan feliz con esa persona como en aquel momento, que vuestro tiempo acabó y que la palabra amistad no significa lo mismo para todos.
En ese momento descubres que en el mundo hay dos tipos de personas: las soñadoras y las realistas. Son muy distintas entre sí, cada una con sus más y sus menos. Están divididos pero, a veces, es bueno que se mezclen porque los soñadores le dan la vida a los realistas, les muestran que hay mucho más jugo que sacarle a las cosas y que los pequeños detalles son los más importantes; y los realistas hacen que los soñadores no vuelen muy cerca del sol y no se quemen.
Yo me considero una persona soñadora, quizás por ese motivo esté escribiendo estas palabras que delatan que la perfidia de algunas perdonas ha acabado conmigo. Pero no voy a cambiar. Soy así, no puedo evitarlo. Quizás mi objetivo (y el de cualquier persona soñadora) sea dibujarles sonrisas a los realistas para que puedan llegar a comprender que en la vida, al final, pesa más lo bueno que lo malo aunque no podamos evitar sentirnos vacíos en ocasiones.  Al fin y al cabo, las palabras nunca reemplazan a los sentimientos.