miércoles, 30 de diciembre de 2015

Invierno, dulce invierno.

Luces. Noche. Una luna tan brillante como tu sonrisa. Un recuerdo que arranca la mía. Al fondo, un reloj que marca la despedida, frío, calculador, ajeno al momento.
Sonrisas que se apagan manteniendo en su interior el calor de un beso que se dejó caer aquí, muy dentro de mí.

 

¿Por qué seguimos maniatados a un destino, controlados por los trenes que hoy me alejan de ti?
¿Por qué es tan duro repetirle a la almohada que pronto estarás aquí?
¿Cuándo permití, en esta guerra indiferente, tosca y algo marchita, penetrar en las murallas, entre las piedras frías, antiguas y deterioradas por el paso de un ejército protector, poseyendo las claves de este corazón latente y falto de un suspiro que recuerde el porvenir de una fuga planeada de este lugar al que una vez llamé “hogar”?
Son solo unas pocas palabras para lo que se mezcla en mi pecho. Esencia perdida desde aquel invierno; resurgir descalzo, con paso firme e intento de secuestro de esta alma perdida. Pero es tan fácil sonreír a una mirada que arranca oscuros recuerdos…
Intenté impedir que este aliento prohibido impregnase cada poro de mi piel. Luché contra cualquier sentimiento ajeno a mi tez. Pero cómo puede ser negado este sentimiento al que lucha por merecerlo.
Y añorando momentos, instantes perdidos en los vagones de un tren, desperté, inocente, despistada, sintiendo todo lo que llevo aquí dentro, sacando el huracán de mi garganta.
Nunca fue tan fácil y difícil, a la vez, albergar una sonrisa tan sincera.

                               

Luces. Muchas luces en una noche oscura que abriga a una luna tan brillante como tu sonrisa. Un recuerdo mece las ramas de los árboles con el suspiro, ligero, sincero, de un invierno que amanece temprano, dejando una capa de nieve que descongela el pasado ya enterrado.
Dulce y frío invierno.

La distancia solo separa los cuerpos, no los sentimientos.

Sin evocar, dulcemente, el llanto alegre del que un día fue, se recostó frente a las sábanas, inertes ante tanto dolor cerrado, ahogado, en esta dulce canción deshilachada.
Sentirte cerca no era duro. Simplemente, inevitable. Pero ni las horas se congelan ni la luna es más bella en la madrugada.



Y, entre los baldosines de Madrid, hallé la calma perdida entre las calles sin nombres conocidos, ya olvidados con el paso de las manecillas sonrojadas por tu luz.
Puede que las palabras tiemblen ante el soneto convertido en verso pero hoy el juego no tiene sentido si tú no estás aquí.

Y, sin quererlo, ante el paso de las ciudades que, sin importancia, ignoran el saber, recité mis pensamientos con la esperanza de un “te volveré a ver”.