Luces. Noche. Una luna tan
brillante como tu sonrisa. Un recuerdo que arranca la mía. Al fondo, un reloj
que marca la despedida, frío, calculador, ajeno al momento.
Sonrisas que se apagan
manteniendo en su interior el calor de un beso que se dejó caer aquí, muy
dentro de mí.
¿Por qué seguimos maniatados a
un destino, controlados por los trenes que hoy me alejan de ti?
¿Por qué es tan duro repetirle
a la almohada que pronto estarás aquí?
¿Cuándo permití, en esta
guerra indiferente, tosca y algo marchita, penetrar en las murallas, entre las
piedras frías, antiguas y deterioradas por el paso de un ejército protector,
poseyendo las claves de este corazón latente y falto de un suspiro que recuerde
el porvenir de una fuga planeada de este lugar al que una vez llamé “hogar”?
Son solo unas pocas palabras
para lo que se mezcla en mi pecho. Esencia perdida desde aquel invierno; resurgir
descalzo, con paso firme e intento de secuestro de esta alma perdida. Pero es
tan fácil sonreír a una mirada que arranca oscuros recuerdos…
Intenté impedir que este
aliento prohibido impregnase cada poro de mi piel. Luché contra cualquier
sentimiento ajeno a mi tez. Pero cómo puede ser negado este sentimiento al que
lucha por merecerlo.
Y añorando momentos, instantes
perdidos en los vagones de un tren, desperté, inocente, despistada, sintiendo todo
lo que llevo aquí dentro, sacando el huracán de mi garganta.
Nunca fue tan fácil y difícil,
a la vez, albergar una sonrisa tan sincera.
Luces. Muchas luces en una
noche oscura que abriga a una luna tan brillante como tu sonrisa. Un recuerdo
mece las ramas de los árboles con el suspiro, ligero, sincero, de un invierno
que amanece temprano, dejando una capa de nieve que descongela el pasado ya
enterrado.
Dulce y frío invierno.