domingo, 28 de abril de 2019

Un abrazo.

A veces no sabes que necesitas un abrazo hasta que te dan uno.
Y los trozos que te forman empiezan a reconstruirse.



Un corazón convaleciente.

Un corazón convaleciente
por las piedras que le han tirado de frente
pero, sobre todo, por detrás.

Una mirada que se cruza
al pasar aquel recuerdo por tu mente
una vez más.

Qué difícil es volver a entrar
por las puertas de un hospital
y oír a los goteros derramar lágrimas
al verte regresar.

Una sonrisa perdida en esta cárcel de cristal,
que no sabe de quién viene;
que no sabe a dónde va
y solo quiere escapar.




A veces.

A veces no sabes que echas de menos a alguien hasta que te encuentras con esa persona; hasta que cruzáis dos o tres palabras; hasta que ves a esa persona siendo con otras tal y como era contigo.
Lo que descubres después es que no echas de menos a la persona real sino a la persona que creías que era; la que te hizo creer que era; las que crearon tus expectativas.

A veces no sabes que echas de menos a alguien hasta que eres consciente de que todo ha cambiado; de que esa persona no va a volver; de que no quieres que vuelva. 



Diamantes.

Existen algunas personas 
(aunque a veces cueste creerlo) 
que valen realmente la pena. 
Son un lujo. Son la suerte.
No puedes permitirte el error de perderlas 
porque gente así no aparece todos los días. 
Ni todos los años.
Son personas que están incluso cuando no están aquí. 
Son personas que no suelen darse cuenta del bien 
que traen a tus días y a tus heridas.

Gracias por ser y estar.



Dedicado a Sara.

Perder.

Hay gente que, en vez de enfrentarse a sus problemas, huye de ellos. Esas personas piensan que así estarán cada vez más lejos. La realidad es que su mente se queda anclada en el pasado. Y así es imposible avanzar.


Funambulista.

La caída está siempre tentando a nuestra suerte. Pero tú no mires al suelo. Tú sigue cruzando la cuerda. Aunque miren; aunque la caída sea inminente. Y, cuando caigas, ponte de pie. Vuelve a intentarlo.
Lo vas a conseguir.
Poco a poco.


Golpea.

Creo que ya no pueden partirme el corazón.
Solo queda el frío de aquel duro invierno.
Solo lo inunda el silencio de cada decepción.

Pero yo sigo aquí.
Golpea.
Ya no puedes destruirme.


miércoles, 10 de abril de 2019

Dices.

Dices que soy fría porque no digo lo que siento
cuando no siento lo que digo.

Dices que soy un muro porque la piedra
ha tallado lo que queda de mí.

Dices que no te demuestro lo suficiente
pero prefiero ser yo
antes que fingir ser quien tú quieres que sea.

Dices y, entre tantas palabras, me alejas
justo cuando quieres acercarme a ti.

Que crees saber cómo soy
solamente por lo que te han contado de mí.

Que crees haber descubierto mis cicatrices
sin haber rozado mi piel.

Que soy un gato asustado
al que no puedes obligar a querer.

Que soy como la tinta
que tatúa este papel.

Que soy esa llama
que no se atreve a prender.




Rotura arterial nº1.

No he muerto nunca.
Todavía.
Pero sí he nacido dos veces: una, llorando; la otra, sosteniendo mi alma, fracturada en mil pedazos.

Que no siempre te rompe el corazón un amor.
Que, a veces, lo hacen otras cosas.



Sabor a carretera.

Me muerdes los miedos.
Tus brazos me saben a las vías de esta vieja estación.
Tu luz se amontona en mis antenas.
Y me quema.

Las nubes ya no amargan.
Me besas las esquinas de este cuerpo oxidado.
Me duele este abrazo que sabe a carretera.
Y me quema.

Tiemblo entre tus parpadeos.
Entre tus labios, rotos por el frío invierno, bailo hasta encontrarme.
Olvido los motivos.
Y me quema.

Me quema incluso recordarte.
Recordarte por descuido.
Que no merecéis ni mi fuego. Ni mi luz.
Ni el tiempo que hemos compartido.



Poco a poco.

Estoy reconstruyendo heridas
para que no puedan cortarme.

Estoy reforzando muros
para que no puedan pasar.

Estoy venciendo mis miedos;
sustituyendo el qué dirán.

Estoy en proceso de resarcirme
de este atroz huracán.




La fecha de mi muerte.

Esa noche murió.
No encontraron venas en su sangre. Ni mercurio en sus arterias.
Sólo polvo en su mirada y lágrimas en sus mejillas.

Esa noche murió.
Muerta de miedo, sola y sin pesadillas.
Con mariposas que se derramaban por sus muñecas, dejando escapar la vida.
A borbollones.

Esa noche murió.
Con la mirada perdida y aún más perdida la ilusión.



Despedidas.

Qué mal llevo las despedidas.
Sobre todo cuando son de personas que te arrancan un trozo del pecho. Sin permiso ni complejo. Sin compasión ni medida.
Sobre todo cuando son de lugares que brillan. Sin farolas ni fuegos artificiales. Lugares que iluminan cada noche con su dulce reflejo.



Desastre antinatural.

Soy una cicatriz,
una grieta,
el muro al que te enfrentas.

Soy un desastre,
una historia mal contada
por aquellos que la ignoran.

Soy locura desmedida
y razonamiento lógico,
la paz que tanto envidias
y el verde de mis ojos.

Soy papel y tinta,
soy de aspecto frágil,
soy ardiente fuego
que se aviva con coraje.