jueves, 31 de mayo de 2018

Sobre la mesa del bar.

Con los pulmones repletos de ese cruel oxígeno que lucha por escapar de mí, escucho el golpe seco de mi corazón desplomado sobre la mesa del bar que nos vio por última vez, sabiendo que el beso que te prometí sólo será real en los recuerdos que recrea mi almohada al intentar dormir.




Vieja Estación.

Y aquí vengo, a veces, a recrearme en mis recuerdos.
Algunos malos; algunos buenos.

Aquí, donde nadie me pueda encontrar.
Mi refugio de aquellos años.
La vieja estación.

Despoblada, enredándose en el óxido que los recuerdos producen, sangrantes de dolor.
A pesar del tiempo, a pesar de los años, siempre me dedica unas lágrimas  al entrar por sus puertas.
Es su manera de decirme: "sigo aquí".

Aquí, en este silencio que sólo interrumpe mi alma,
me aíslo y tomo fuerzas para enfrentarme a lo que me espera ahí fuera.
Aquí, siempre aquí.
En mi vieja estación.




Y desaté.

Y me dejé querer por unos brazos
que no eran ni los tuyos ni los míos.

Y desaté las sábanas de varias camas
que no quise retener por pensar en tu mirada
y no en el huésped que la guarda.


Llévate un pedazo de mis labios.

Eres un escalofrío en las noches de Primavera,
la congelación de mis venas
y un susurro malhumorado.

Eres la noche que me desvela,
la luna creciente
y el beso que no llega.

Eres una nota sorda entre las teclas de mi piano,
la canción olvidada
y la sonrisa inesperada.

Eres la fuerza de mis manos,
el último empujón hacia la valentía
y la esperanza que se marchita en tus labios.