miércoles, 7 de noviembre de 2018

Llanto roto.

El rugido del mar me embelesa. Me ha capturado en sus entrañas y me ha mecido hasta dejarme sin habla. Me retiene en su abrazo eterno y su espuma rompe contra los vértices de mi cuerpo.
Ese llanto, que propaga con sus olas, ha eclipsado mis sentidos y se ha colado entre los pliegues de esta luz que, días atrás, consideré mi alma.
Descanso eterno; silencio roto por la fuerza de sus olas, que me roban un beso salado al encontrarme tan perdida en estas horas.
Y, en su oscuridad, ha aferrado mis miedos para no dejarlos nadar y que mueran en un naufragio de espuma y mar. 



Por suerte, la cosa cambió.

Quise tragarme todos mis miedos; engullirlos; enterrarlos en lo más profundo de mi ser. Anclarlos al fondo, que se ahogaran con sus propias lágrimas y cesaran esos gritos asfixiantes. Pero eso no te salva la vida. Más bien todo lo contrario.
Te destruye.