domingo, 30 de enero de 2011

Decisiones.

En ese momento te das cuenta de lo que pasa, de lo que pasará. Solo una mirada te ha servido para darte cuenta de lo que tienes… aprovéchalo, no se repetirá.
Luego decís que si la vida es difícil. No es la vida la que nos hace daño, nos amarga y nos obliga a llorar, son las decisiones que tomamos, decisiones que a veces solo quedan en pensamientos.
Cada decisión que tomas puede caerse, romperse o doblarse. Ese es el riesgo que tomas.
Date cuenta de lo que tienes, porque puede que un día te despiertes y te des cuenta de que lo has perdido todo. Entonces no llores por no haber sabido luchar por lo único que merecía la pena en tu vida, por lo único que querías…
Entonces será cuando te des cuenta de que haber cogido ese pañuelo mentolado significa mucho más que un simple pañuelo. Ese pañuelo lleva consigo alegrías, tortazos, risas, borderías, palabras, abrazos… porque ese pañuelo tiene todo aquello que te hizo feliz, todo aquello que te hizo sonreír por un estúpido segundo. Algo que ningún otro pañuelo podrá tener nunca.

Ellos.

A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos porque son cosas tan simples, tan insignificantes, cosas que sin darnos cuenta pueden hacer que toquemos el cielo con la punta de los dedos. Sin más.
Porque, a veces una palabra puede causar una reacción mucho mayor en nosotros que cualquier otro regalo de navidad.
Un abrazo, un beso o simplemente comerte una bolsa de lacasitos con quien tú quieras en un parque cualquiera.
Y es que en el fondo no necesitas nada más.
Pero te empeñas en buscar algo que quizás ni existe. Algo invisible. Porque sabes que,en el fondo, ni te lo mereces.
EGOISMO.
De eso se trata.
Pero un día aparece alguien que te enseña que comerte una bolsa de lacasitos en un parque con esa persona es lo único que te hace realmente feliz.
Y sí, la bolsa de lacasitos se acabará pero ese momento, creeme, nunca se irá de tu cabeza.
Sí, un momento estúpido que te ha hecho sonreír durante veinte estúpidos minutos. El tiempo suficiente para comerte poco a poco los lacasitos y saborearlos; el tiempo suficiente para darte cuenta de que así eres realmente feliz.
Y sin darte cuenta, te estás riendo con un montón de amigos a tu alrededor de un chiste que no tiene sentido y que aún estás intentando comprender.
Pero da igual.
Vuelves a meter la mano en la bolsa y a sacar unos cuantos lacasitos.
Sí, porque eso es lo que te hace feliz.

Tengo todos los síntomas.

Entonces ves los copos de nieve caer, poco a poco, y te das cuenta de que llevas media hora embobada mirando por la ventana como una niña pequeña, con esa pedazo de sonrisa que tapa toda tu cara.
Decides bajar corriendo las escaleras. Pegas un salto y sales a la calle. En un segundo, tu abrigo, tu bufanda y tu gorro están tan blancos que es imposible distinguirte.
Sientes el frío, te estás congelando. Pero, ¿y qué?
De repente, le ves allí, sentado, mirando a la nada, como esperando que pase algo que piensa que nunca va a pasar.
En ese momento levanta la mirada, te mira y te sonríe. Esa sonrisa. Con esa mirada tranquilizadora. Esa que te dice: “Tranquila, estoy a tu lado. Sé fuerte.”
Y repito, esa sonrisa. Esa sonrisa, sí. Esa por la que empezó todo, el primer día que os conocisteis, esa que se introdujo sin avisar en tu mente grabándose poco a poco hasta no poder borrarla, esa que ahora no puedes arrancarte. Y mira que has tenido cuidado, esta vez sí.
Pero después te obligas a retroceder.
No puedo… Quizás, es que, en el fondo, no quieres, piensas.
Algo que alguna vez conociste como "cables en la cabeza".
Pero luego siempre aparece esa vocecilla, ahí dentro, que no para de repetirte:
-Y yo, y yo..


Esos ojos.

Despertar en mitad de la noche para sentir su respiración. Detrás de mí.
Tan fría y caliente.
Miedo, sientes miedo. Porque vuelves a ver esos ojos brillando en la oscuridad, mirándome.
Una vez más.


Elegir.


Es difícil elegir un solo momento de la vida...
Especial. Divertido. Emocionante. Un sueño. Un único recuerdo.
Un beso...
Tiene que ser un momento único, que nadie te pueda quitar.
Algo que recordarás toda tu vida. La última imagen antes de morir.
Es duro pensar que el tiempo se va de las manos.
Que lo perdemos... y  pensamos que ese momento nunca llegará.
Que solo será una ilusión, un espejismo, un sueño.
Es triste recordar y descubrir que cometimos un error.
Y no poder volver atrás.
Impotencia. Dolor. Una lágrima.
Es imposible saber si un "Te quiero" de sus labios nos hará tocar el cielo o morir en el intento.
Esperar. Esperar. Esperar. 
Paciencia. Llorar. Soñar. 
Volver a la vida real.
Pero estoy segura de que será un momento que nadie recordará.
Salvo tú...
Y eso es lo que lo hace tan especial.

Dulce Invierno.

Invierno. El dichoso invierno. ¿Qué es el invierno?
Frío, lluvia, niebla, nieve, hielo, humedad…
El agua está presente en todas sus formas.
Días más cortos, noches más largas y tenemos menos horas de luz solar.
Tenemos ganas de hibernar.
Desaparecer.
La naturaleza se despoja de todo. Sus hojas, sus flores, mientras que la savia sigue corriendo en su interior.
La oscuridad, lo profundo, lo interior, las emociones...
Y algunas de estas cualidades, por desconocidas, nos producen Miedo.
MIEDO.
Sí, recuerdo ese color negro.
Sí, también pertenece a esta estación y hace referencia a la mayor oscuridad y a la necesidad de no sentirte sola, por lo menos por un estúpido minuto.

Cuatro o cinco.

Aún recuerdo lo que es montarse en un tren cuando tienes cuatro o cinco años.
Es una aventura, otro juego. Es una excusa para comer gusanitos mientras ves la película que han puesto o algo de lo que puedes chulear delante de tus amigos. Es simplemente salir de tu ciudad, de todo lo que conoces, y ver los árboles pasando rápidamente por la ventanilla, intentando tocar el cielo con tus pequeñas manos, enredando con los auriculares que te han dado y probando en qué agujero encaja a la perfección hasta encontrar una fusión de sonidos en tu cabeza.

Y ahora… ¿ahora qué? Ahora es volver al lugar al cual no quieres volver. Es sentir el contacto de una fría aguja en tu piel, es encerrarte entre cuatro paredes durante días, es estar enganchada a un millón de cables que después echarás de menos, es el olor a agua oxigenada y betadine, es ver como tu sonrisa disminuye un centímetro, día a día.
Pero da igual, lo asumes y vuelves a coger ese tren. Vuelves a llenarte los pulmones de ese olor a hierro fundido, con una bolsa de lacasitos al lado para no perder ese toque de “no puedo estar mal”.

Porque yo al menos sé que volveré y que todo esto acabará tarde o temprano.
Y todo volverá a ser normal, como tiene que ser.

Frío.

Estás en medio de un bosque, frío y oscuro.
Hay una araña gigante persiguiéndote que intenta comerte.
Si esperas ahí a que alguien venga a salvarte, morirás.
Intentas levantarte y echar a correr.
Pero, ¿qué puedes hacer?
Estás atado con unas cadenas de hierro que te abrasan el cuerpo.
Dolor. Sí, duele.
Quema.
Y cada segundo que pasa, es un segundo que pierdes.
Tropiezas y caes.
Ves como la araña se va acercando poco a poco con la fecha de tu muerte estampada en sus colmillos.
Y entonces... ¡PAM!
Despiertas en tu cama, casi ahogándote, sabiendo que lo que has soñado no ha sido solo un sueño.

Quema.

Entonces, miras por la ventana. Está lloviendo. Y empiezas a pensar en todo lo que ha cambiado tu vida en los últimos meses. Todo lo que has perdido, todo lo que has ganado, y todo lo que queda por cambiar.
Es difícil, lo sabes. Lo supiste desde el principio. Pero te da igual, sigues adelante. Porque entre todos tus defectos está el de ser cabezota. Muy cabezota. Y porque, simplemente, no quieres rendirte.
No, tu no eres asi. No eres tan cobarde.
Pero lo sabes, sabes que vas a caer. Siempre lo haces. Y no porque no hagas lo imposible por impedirlo. Sino porque sencillamente, en el fondo, sabes que no puedes hacer nada por cambiarlo. Las cosas son así. Y no es tu culpa. No la tiene nadie.
Además estaba escrito en aquella bola de cristal. Sí, aquella que se rompió y arreglaste en una tarde.
Aquella que ha seguido en tu mesita todo este tiempo. Aquella que te dolía mirar pero, ¿y ahora?
Olvídalo. Olvida lo que has sido, ya no sirve. Un "lo siento" no va a hacer que todo lo que querías, todo lo que fuiste una vez, vuelva a ser lo que un día fue tu realidad.
No, es imposible.
Pero lo sientes ahí, al fin y al cabo. Te quema hasta doler.
Pero se acabó. Se tiene que acabar solo porque no se lo merecen. No, ellos no.
Está decidido.