Sin duda alguna, hablar es muy fácil. Solamente debes enlazar unas cuantas sílabas decoradas con un par de letras y… ¡Pam! Pero, al final del túnel, las palabras no valen. Son los hechos los que establecen una unión que no es pasajera, son la cuerda que emerge al exterior llamada “Verdad”. Es como una promesa incumplida, así definiría yo a las palabras. Promesas que invaden, que crean decisiones que solo quedan en pensamientos que, evaporándose lentamente hacia un cielo de helio, desaparecen.
Ciertas personas pensarán que
estás loca al intentar rozar el sol con la punta de los dedos. Se basarán en el
hecho de que puedes quemarte. Pero ese dolor no es mayor al del corazón que
sangra vida, momentos y poemas perdidos en el baúl de los recuerdos (viejos y
oxidados). Al fin y al cabo, esos hechos tienen algo de lógica, por no llamarla
“elección”. Siempre he pensado que cuando estás a punto de cruzar una línea,
elegir el camino correcto o decidir si atravesar el puente o el río a nado,
tienes dos opciones: Seguir adelante, sin mirar atrás, sin pensar en las
consecuencias, el llamado placer momentáneo, que solo dura esos instantes; O
pararte a pensar, meditar el después y tus alternativas. En conclusión, hacerlo
o no hacerlo. Y cuando habrás esa puerta ya no habrá vuelta atrás porque qué
sucede en el instante en el que sabes que el final está próximo pero aún no lo
ves.
Vacío. Un oscuro y frío vacío
que se apodera de tu cuerpo, inyectándose en tus venas, recorriendo cada
artería, atravesando el corazón… tu cuerpo entero, de pies a cabeza. Una
sensación no recomendable para tu fuero interno. Pero las sonrisas no se
borran, ya es tarde para eso. Esta noche, limitémonos a ser nosotros mismos.
Solo así conseguiremos ocultar el miedo…