Sin evocar, dulcemente, el
llanto alegre del que un día fue, se recostó frente a las sábanas, inertes ante
tanto dolor cerrado, ahogado, en esta dulce canción deshilachada.
Sentirte cerca no era duro.
Simplemente, inevitable. Pero ni las horas se congelan ni la luna es más bella
en la madrugada.
Y, entre los baldosines de
Madrid, hallé la calma perdida entre las calles sin nombres conocidos, ya
olvidados con el paso de las manecillas sonrojadas por tu luz.
Puede que las palabras
tiemblen ante el soneto convertido en verso pero hoy el juego no tiene sentido
si tú no estás aquí.
Y, sin quererlo, ante el paso
de las ciudades que, sin importancia, ignoran el saber, recité mis pensamientos
con la esperanza de un “te volveré a ver”.
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