domingo, 22 de abril de 2012

B y sus locuras ideales ante la negación de su amada.


En aquellos años, las iglesias querían llegar al cielo, rozar sus nubes con todas esas agujas y arbotantes buscando llegar más allá del sol. Quizás, nunca supo llegar más allá porque no era capaz, porque no le alcanzaban los pies. Nunca entenderían los motivos por los que Gonzalo nunca hubiera marchado de Calahorra. Podría decirse que fue una mujer la que hizo que todas las noches, asomado a su balcón, pidiera a la luna el reflejo dormido de su amada. Y finalmente, quedaba absorbido por las campanas de la iglesia que clamaban su desesperación. Aunque también era por sus padres, que estaban a las puertas de una muerte casi segura. Y cada día recitaba un soneto distinto de algún loco perdido en los recuerdos pero Elizabeth no respondía. Solían decir en la plaza que el buen muchacho esperaba sentado en una piedra del camino donde tiempo atrás habían rozado más que sus labios junto al río. Pero ella nunca venía. Se había marchado para siempre. Y el desdichado muchacho esperó hasta que un buen día aceptó los hechos tal y como se habían presentado. Sin más. Resignación y positividad dentro de lo que cabe. Y en otras ocasiones, por desgracia, en su gran mayoría, caídas en picado y descenso continuo sin llegar nunca a tocar el suelo. Había momentos en los que daba todo por perdido, así mismo dando por hecho que el mundo comenzaba y acababa en Elizabeth. Pensaba que no saldría nunca de esa situación. Tenía miedo. Estaba aterrorizado. No se imaginaba los días sin ella. No quería imaginárselo. No quería ver. Le asustaba y cohibía la idea de seguir solo. Sin su compañía cada día, sin sus te quieros. Tenía miedo a no sentir lo mismo por nadie. A echarle de menos por las noches. A extrañarle en besos de bocas ajenas. No conocía el amor con nadie más... Y perderla fue como arrancar de raíz una parte de él. El vacío que sentía día a día era inmenso. Era como… como si nada de lo que hiciera, nada de lo que tenía, fuera suficiente. Nada le llenaba. Y todo intento de sustitución era en vano. Pues sólo conseguía extrañarla más...


Son inevitables las comparaciones. Tenía miedo de besar a alguien y desilusionarse de nuevo... Volver a caer en lo mismo, echar a perder todo lo conseguido. Tenía miedo de ver un cabello perfectamente ondulado, oscuro hasta cierto punto, y que el corazón le diera un vuelco para volver a desilusionarse y que se le escapasen lágrimas accidentalmente;  a seguir escribiendo poemas que nadie escucharía como último recurso, con tal de mantenerla lo más cerca posible de él. Pero sobretodo tenía miedo a dejar de tener miedo porque sabía que con él se iría también su amor. Pero, sorprendentemente,  y después de todo, para ser concretos dos años y escasos días... Sucede. Sin más.  Algo ocurre. Aparece alguien que, en principio, no tuvo en cuenta. No le dio importancia. Una simple costurera. Dio por hecho que sería otro intento nulo más. Y no quería volver a tirar a la basura todo lo que había adelantado en esos años. Había aprendido a vivir sin Elizabeth, a asumir que regalaba besos y caricias a cualquier otro muchacho que no fuera él, y no es que el dolor disminuyese, sólo aprendió a convivir con él. Se acostumbró a no tenerle. A "ser" sin ella. Se ve que hay cosas que tienen que suceder sin más. No podemos ir contra esto. "Escojas la dirección que escojas, todos los caminos conducen a Roma". Lo que tenga que ocurrir, pasará de una manera u otra, más tarde o más temprano. Pero acabará sucediendo. Y así fue. Lo que comenzó como algo que carecía de importancia para Gonzalo, se convirtió en algún que otro sentimiento más... importante. Y conforme pasaban los días el sentimiento iba profundizándose… Entonces, es cuando aparece. Y llaman a la puerta. Ahí está de nuevo. El miedo. El maldito miedo. Sabía que esto ocurriría. Miedo. Miedo de lo que pueda ocurrir, de lo que él mismo pudiera llegar a sentir... Miedo a enamorarse.
En resumidas cuentas. Miedo a volver a sufrir... A darlo todo sin recibir nada, a encontrarse en la misma situación anterior de nuevo...

A veces, Gonzalo prefería frenar ese sentimiento, no dejarlo salir nunca más. Pero no podía. Era inevitable. Si aquella dulce costurera le decía te quiero no podía evitar sonreír; si le besaba no podía evitar dejarse llevar. No podía… Y de nuevo ese miedo que siempre aparece cuando mejor estás para crearte dudas. Le asustaba la idea de sentir algo más fuerte por alguien y que ese alguien no le correspondiera. Pero entonces, por esa regla de tres, si cada vez que sintiera algo más allá de lo escrito por alguien la dejase escapar por miedo, no viviría nada. Los dioses nos dan continuamente salidas y oportunidades, que hay que saber ver. Y reconocerlas. Tomarlas. Y arriesgar. Si no, qué sentido tendría esta vida... No sabía si estaba dispuesto a dejarla escapar. Entonces, lo supo. Aquello era lo que llevaba esperando tanto tiempo. Una segunda oportunidad. Y ahora que se le presentaba, no podía dejarla escapar. Ni hablar. "Dejarse llevar" sonaba demasiado bien. Pero, estaba en su derecho de mirar por él y sentirse bien con otra persona. Debía darse una oportunidad, dársela a ella, y dejar que todo saliera sólo. Sin forzar nada. Que todo se diera en su momento justo. Sin prisas. Dejar que los sentimientos hablasen por sí solos y el tiempo hiciera lo demás...  quizás, algún día, podría llegar a rozar el cielo.
Fdo: Gonzalo B. en su libro inacabado “Memorias de un poeta perdido” nunca encontrado.

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