miércoles, 20 de noviembre de 2013

Primera parada: Locura.



Y entonces volvió. Volvió como el dulce recuerdo del olor a galletitas recién salidas del horno, volvió como la nieve cada invierno que llena las calles antiguas y frías de aquella pequeña ciudad cansada de observar o como las gotas de lluvia que se aferran a su ventana. No sabría decir por qué volvió. Pero lo hizo…
Justo a tiempo.
Hacía meses que no recorría aquellas calles, aquel rincón. Oscuro y dulce en su memoria.  Seguramente por miedo. Simplemente, era miedo. Pero las cosas habían cambiado (y, a su vez, muchas personas e, incluso, la sonrisa de sus pupilas). Las estrellas eran más grandes y la lluvia más rápida. La noche oscurecía de forma especial, resbalando suavemente hacia el horizonte en busca de una luna en tonos plateados, danzantes, casi amarillentos. Con color a viejo.  Su búsqueda de sonrisas la habían convertido en coleccionista. Y ladrona.
Las cosas habían cambiado hacia un estado que podía olerse en el ambiente, hacia un dulce infierno. 
Yo lo llamaría Felicidad.
Quizás por eso volvió. Y no por el miedo.  Ni por ellos, ni por su sonrisa…


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