Y entonces volvió. Volvió como el dulce recuerdo del olor a
galletitas recién salidas del horno, volvió como la nieve cada invierno que
llena las calles antiguas y frías de aquella pequeña ciudad cansada de observar
o como las gotas de lluvia que se aferran a su ventana. No sabría decir por qué
volvió. Pero lo hizo…
Justo a tiempo.
Hacía meses que no recorría aquellas calles, aquel rincón.
Oscuro y dulce en su memoria.
Seguramente por miedo. Simplemente, era miedo. Pero las cosas habían
cambiado (y, a su vez, muchas personas e, incluso, la sonrisa de sus pupilas). Las
estrellas eran más grandes y la lluvia más rápida. La noche oscurecía de forma
especial, resbalando suavemente hacia el horizonte en busca de una luna en
tonos plateados, danzantes, casi amarillentos. Con color a viejo. Su búsqueda de sonrisas la habían convertido
en coleccionista. Y ladrona.
Las cosas habían cambiado hacia un estado que podía olerse
en el ambiente, hacia un dulce infierno.
Yo lo llamaría Felicidad.
Quizás por eso volvió. Y no por el miedo. Ni por ellos, ni por su sonrisa…
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