Al rozar el viento la sonrisa de sus mejillas, sus pupilas tornaron como el reflejo de la luna, grises, casi plateadas (bueno, no del todo, aún no era ella), quedando hipnotizada al elevar su mirada hasta un cielo embaucador. Las nubes, como escaleras de caracol, se enlazaban y ascendían por el cielo estrellado. Quizás intentando rozar aquella luna, quizás intentando escapar. Hasta que no conseguían llegar hasta el último peldaño no conseguían evaporarse en la oscuridad, aunque desoladas, sin llegar a conseguir su propósito. Las estrellas, resentidas, dejaron en soledad a aquella resplandeciente luna que acompañaba a la noche hasta su guarida, dando lugar a una noche áun más oscura.
Ella intentó captar aquel resplandor y guardarlo lentamente en su mirada; él consiguió apaciguarse respirando su aroma una vez más porque, como solía describir la lluvia al rozar su ventana, al final empieza lo mejor...
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