sábado, 7 de marzo de 2015

Locos, majaretas.



“Locos”, los llamaban.
 Deseaban desesperadamente ser normales. Por miedo.
Miedo al fracaso, miedo al rechazo, miedo a que su nombre se quedara atrapado en el olvido.
Vagaban, con los pies en el suelo, por una calle de inquietantes mentiras dispuestos a criticar cualquier imperfección, buscando una aprobación mísera, tan tenue y efímera como el tiempo, el cual desgastaban con el paso tembloroso de sus zapatos mientras, el resto, los desequilibrados, caminaban sin razón.
“Locos”, los llamaban, como si de un insulto se tratara.
Eran pocos, escasos, casi tanto como los instantes recogidos por las sonrisas de aquellos osados que se atreven a susurrar al sol.

El mundo es hipócrita. “Vivid”, proclaman algunos, al tiempo que sus sangrientos labios malgastan palabras añorando un poder y una fama mezquinas. Y, en busca de una verdad podrida, perderán su vida entre mentiras y apariencias.

Muchos de ellos se pasan su burda existencia buscando una felicidad que les es negada. No por un dios inclemente sino por la venda de sus ojos que el deseo de una vida como los otros, pendientes del beneplácito de la gente “normal”, les arrebata. Algún día, entenderán que el mejor cumplido que recibirán es que están locos, pues de normales y cuerdos está lleno el mundo.


“Locos, raros”, los llamaban. Espero que nunca pierdan su locura ni esa sonrisa traviesa. Espero que no abandonen sus rarezas porque ahí es donde reside su fuerza.

                                                                                                       Seas como seas, se feliz.

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