“Locos”, los llamaban.
Deseaban desesperadamente ser
normales. Por miedo.
Miedo al fracaso, miedo al
rechazo, miedo a que su nombre se quedara atrapado en el olvido.
Vagaban, con los pies en el
suelo, por una calle de inquietantes mentiras dispuestos a criticar cualquier
imperfección, buscando una aprobación mísera, tan tenue y efímera como el
tiempo, el cual desgastaban con el paso tembloroso de sus zapatos mientras, el
resto, los desequilibrados, caminaban sin razón.
“Locos”, los llamaban, como si
de un insulto se tratara.
Eran pocos, escasos, casi
tanto como los instantes recogidos por las sonrisas de aquellos osados que se
atreven a susurrar al sol.
El mundo es hipócrita. “Vivid”,
proclaman algunos, al tiempo que sus sangrientos labios malgastan palabras
añorando un poder y una fama mezquinas. Y, en busca de una verdad podrida,
perderán su vida entre mentiras y apariencias.
Muchos de ellos se pasan su burda
existencia buscando una felicidad que les es negada. No por un dios inclemente
sino por la venda de sus ojos que el deseo de una vida como los otros,
pendientes del beneplácito de la gente “normal”, les arrebata. Algún día,
entenderán que el mejor cumplido que recibirán es que están locos, pues de
normales y cuerdos está lleno el mundo.
“Locos, raros”, los llamaban. Espero
que nunca pierdan su locura ni esa sonrisa traviesa. Espero que no abandonen
sus rarezas porque ahí es donde reside su fuerza.
Seas como seas, se feliz.
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