No fueron muchos los intentos
desesperados de huir de aquella cárcel de cristal.
Simplemente, era mi camino.
Como otro cualquiera.
Y, como un guía en mi sendero,
un resplandor cercano, busco una locura que reemplace el dolor que un día fue
mi hogar.
Siento decir que no es sencillo
asumir un despertar lejano pero entre tus brazos las lágrimas tienden a perder
altura. Hacer sentir que todo va a salir bien era una de tus especialidades.
Aunque las lágrimas te fueran a buscar, a las tantas, a una cama llena de
miedos, despejada de virtudes. Y fue en tu fuerza, en esa valentía sincera,
donde me refugié en las noches de tormenta.
Como el guerrero que vigila su
destino, nunca abandonaste tu camino y sé bien el sacrificio que supone estar
despierto en aguas profundas. Pero aquí estamos. Reencontrando esas sonrisas
que se hicieron nuestras. Y le debo tanto a esas miradas que decían lo que tu
voz se negaba a aceptar…
Nadie dijo que fuera fácil describir
ese grito que desgarra mi garganta pero me hiciste despegar con las alas rotas
y, créeme, ni los ángeles se atreven.
Al fin y al cabo, nunca supe
agradecer con palabras lo que en mi fuero interno llevo.
A mi madre.
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