viernes, 2 de septiembre de 2016

Me hiciste despegar con las alas rotas.

No fueron muchos los intentos desesperados de huir de aquella cárcel de cristal.
Simplemente, era mi camino. Como otro cualquiera.
Y, como un guía en mi sendero, un resplandor cercano, busco una locura que reemplace el dolor que un día fue mi hogar.
Siento decir que no es sencillo asumir un despertar lejano pero entre tus brazos las lágrimas tienden a perder altura. Hacer sentir que todo va a salir bien era una de tus especialidades. Aunque las lágrimas te fueran a buscar, a las tantas, a una cama llena de miedos, despejada de virtudes. Y fue en tu fuerza, en esa valentía sincera, donde me refugié en las noches de tormenta.
Como el guerrero que vigila su destino, nunca abandonaste tu camino y sé bien el sacrificio que supone estar despierto en aguas profundas. Pero aquí estamos. Reencontrando esas sonrisas que se hicieron nuestras. Y le debo tanto a esas miradas que decían lo que tu voz se negaba a aceptar…
Nadie dijo que fuera fácil describir ese grito que desgarra mi garganta pero me hiciste despegar con las alas rotas y, créeme, ni los ángeles se atreven.
Al fin y al cabo, nunca supe agradecer con palabras lo que en mi fuero interno llevo.


A mi madre.

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