Y de miedos inundé mis huellas
para poder dejarlos atrás con cada paso.
Firme y, a veces, valerosa,
arranqué de aquellos ojos el brillo marchito por los años que aún nos quedan y
sonreí al destino, pues sus juegos ya no me asustan. Más bien, me son
indiferentes.
Así que miré a los ojos del
miedo (oscuros, vacíos por dentro) y conseguí gritarle, al fin, aterrada y valiente, que se fuera.
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