Silencio. Silencio. Retrocede un poco más, hasta aquel
rincón dulce y frío a la vez. Siéntelo. Busca el silencio. Refúgiate, que tus
lágrimas se muestren sinceras y tus palabras cortantes. Arriba, disfruta que
vuelve lo bueno. Sal, sonríele al camarero que te sirvió la copa justo a la
temperatura en la cual desbordas tú “yo” más provocador.
Pero… busca ese silencio. El que te dejó sin habla.
Sin censuras, búscalo. Porque dónde se encuentran los
sueños, el enrevesamiento del empapelado es provocado por el silencio. Fugaz y
encerrado como los sueños; o en estado gaseoso. Da igual cómo, da igual cuándo.
Solo somos una burbuja que sube y baja al antojo de su
titiritero, ausente caballero que busca desesperado el silencio.
Mi corazón late, pero por dentro me estoy congelando.
Respiro, escucho pero no surte efecto. Mis manos tiemblan, he perdido todos mis
sentimientos. Sentimientos caducados.
Y no hay vuelta atrás esta vez. Intentamos no
estrellarnos, pero aún nos chocamos. No sé a dónde voy, ni si mis pasos me
guiarán pero debo confiar. ¿Confiar? No, quizás solo sea un sueño, un
espejismo. Tal vez, un reflejo.
He perdido todas las direcciones, y los mapas están
rotos. ¿A dónde debo ir? Quién sabe.
Voy a tomar cualquier camino que me lleve a donde debo
ir. Da igual cuál sea. Difícil, oscuro, enredado. No importa, porque lo único
importante son esos sentimientos caducados.
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