domingo, 2 de noviembre de 2014

Papel y tinta, solo eso.

Hace tiempo, aprendí a desahogarme con las palabras. Creo que, plasmar tus sentimientos en una hoja en blanco y ver cómo cada letra, en composición y en cadena, van manchándola de verdades nunca dichas y escondidas, es uno de los mayores placeres.
Sentir cómo la tinta va rasgando el papel con la dulzura de una nana e impregnándola de ese olor tan característico… Algo casi tan fantástico como oler un viejo libro, sintiendo el contacto de tus manos con la suave e inquietante carátula, sin miedo a leer a oscuras con una linterna alumbrando tus pensamientos.
Esas maravillas que tanto echaba de menos y que, a veces, se me antojan tan lejanas…




Me encuentro en un punto del camino en el que retroceder es una pérdida de tiempo pero avanzar se me queda grande para estos zapatos. La luz de poniente es cegadora y yo aún tengo tiempo para recrearme en mis sueños, tan dulces e infantiles.
¿Crees necesario un golpe certero? Mi cabeza al menos no.
Quizás a mi fuero interno le dé por apagar las estrellas que, tenuemente, van iluminando la escalada. Pero no será por complicarlo. No… Sino por hacerme entender que se consigue más con una sonrisa que con una espada y que, con estas palabras, los ojos de plata vuelven a alzarse veloces aunque incompletos hacia una perfección inexistente.
Espero despertar mañana con la respuesta apropiada. De momento, caminemos lento.

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