jueves, 28 de abril de 2011

Sigo siendo la misma, pero con otros ojos.

Echas de menos el patio. El olor a tostadas recién hechas al entrar en el bar, esos treinta minutos de libertad. Echas de menos tu pupitre lleno de rallones y apoyarte en la pared hasta que algunos de tus profesores te diga que te sientes correctamente. Echas de menos correr por el patio, subiendo y bajando escaleras, en educación física.
Echas de menos los Reading, los Writting y los Speaking, por muy mal que se te den. A Miguel de Unamuno, las rimas de Becquer e incluso las oraciones compuestas, aunque aún no entiendas muy bien el porqué.
Echas de menos esas clases de ética que te han enseñado a ver las cosas de otra manera y te han ayudado en tantos momentos difíciles. Las de religión, dónde este curso has descubierto que esa asignatura no tiene porqué ser aburrida.
Echas de menos pasarte horas aprendiéndote tu trabajo de música para exponerlo delante de veintiún compañeros, a los que, por supuesto, también echas de menos. Echas de menos los vídeos de ética y las películas en inglés. Y aunque me cueste decirlo, echas de menos tirarte horas en tu cuarto estudiándote los exámenes.
Echas de menos traducir los diálogos de portugués, mancharte los dedos de carboncillo mientras haces que esas líneas imperfectas de tu papel vayan tomando forma y echas de menos, incluso, las ecuaciones a las dos de la tarde, un viernes, deseando que la aguja marque, desesperadamente, las dos y media para poder salir por esa puerta.
Porque todo lo que formaba parte de tu vida normal, está a un lado. Por un solo motivo: que todo vuelva a ser como antes. Normal, como tiene que ser.
Y es así como, un día normal, te pasas estudiando una tarde y a la mañana siguiente… ¡PAM! Todo cambia. Y además, sucede sin que te des cuenta, sin que te enteres, algo que nunca imaginaste, ni siquiera pensaste en pensarlo.
Y te miras. Te miras en el espejo donde antes eras tú y ahora no eres nadie.
Una sombra. Un recuerdo de lo que fuiste.
Pero ahí estás. Con esa sonrisa que te caracteriza y que no vas a dejar que nadie te quite. Porque se lo has prometido a todos los que están a tu lado. Día a día, sacando la mejor de sus sonrisas, intentando animarte, de cualquier manera, aunque no sepan muy bien cómo hacerlo.
Todas esas personas que te han ayudado, a seguir, cueste lo que cueste. Porque no puedes dejar de sonreír. Porque si dejas de sonreír, pierdes. Y si pierdes, se acabó todo.



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