jueves, 18 de agosto de 2011

Dulce infierno.

Corro asustada, no sé a dónde ir. Estas lágrimas caen en este fuego que me quema. Duele, sí, pero aquí estoy. No voy a tropezar. He pasado por aquí muchas veces, de vuelta a esos besos. Me conozco bien el camino. Quizás, parezca raro. Quizás no encuentre mi sitio, no me reconozca, pero seré yo. Esa rubia que veis ahí. Por mucho que pasen los días sin que pase nada nuevo, por mucho que a veces no sepa lo que quiero. A pesar de todo eso, seguiré siendo Bar. Esa rubia independiente… a veces, aparece y aumenta por segundos, pero otras no veo nada claro. No la encuentro. Sé que está ahí pero, ¿dónde? Y, a veces, eso me hace gritar. Duele no encontrarte. Intentar atravesar un muro donde te encuentras encerrada en una cárcel de cristal. Mis pasos, firmes seguidores de la adrenalina acumulada en sábanas incontrolables, me guían rumbo al infierno. Dulce infierno, frío abrasador de invierno.
Tras las sonrisas escondidas en unas cuantas páginas dobladas entre mis recuerdos encuentro miradas de desprecio. Y yo sigo evitándolo a toda costa, huyendo de ellos como si fueran la peste. Pero, a pesar de ello, sonrío con el sueño plastificado de un ayer que persiste en dejarme atrás. Entorno los ojos, mientras mi corazón y mi mente conviven pacíficamente, frente a ese muro.  Me siento en el suelo mirando a un lado y a otro, esperando que alguna cara conocida me abra alguna puerta o que me tiendan una cuerda para poder trepar ese imponente muro. Y los días pasan y yo sigo ahí sentada, en un punto medio, un punto nulo.  Y sigo ahí, incontrolablemente perdida.
Es difícil jugar cuando llueve. Sé que soy así, desconozco el por qué.  Pero no necesito nada más. Solo un poco de lluvia para disimular mis lágrimas. Cruzo la esquina, pero el miedo sigue latente vaya donde vaya.  Y mi inseguridad me decepciona. Me hace sentirme insegura ante situaciones que nunca antes viví. Me hace caer, se pierde entre segundos que cuentan historias interminables. Titubeo cada noche antes de dormir, mientras una marea de emociones camina a paso firme por mis recuerdos. Pero eso ahora no viene a cuento, sigo frente a ese muro y por más que lo rodeo no consigo entrar. Estoy llegando a mi límite y esto hace mella en mi yo. He aprendido tanto en tan poco tiempo pero, por otro lado, no sé ponerlo en práctica. Yo solo miro, y pienso, e intento subir. Y aunque a nadie le importe, me ayuda. Me pongo a prueba, no me rindo. Pero no sé si merece la pena, para después sentirme inmensamente vacía a ratos. No, hoy tengo un ápice de bipolaridad. Voy a levantar la cabeza y mirar al frente.
Miro dentro de mí, por si alguna sonrisa de mi ayer, secada a la luz de la luna, o algún sueño a medias, me da alguna pista para sobrepasar mi muro.  Me psicoanalizo, analizo mi ayer. Comparo, admiro, desapruebo. Pero solo me empeño en hacer difícil lo fácil. Este muro lo he construido yo, dentro he escondido a mi yo. Pero es tan grande que ni yo misma puedo entrar. En el fondo, todo es muy simple, la vida es muy simple. El tamaño del muro es directamente proporcional al miedo que me produce cualquier cuestión emocional. Quizás doy miedo, quizás. Pero solo pido un poco de silencio para calmar mi llanto y alguna que otra sonrisa inesperada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario