martes, 22 de noviembre de 2011

Viejo, solo y acabado.

Hoy he decidido que es la última vez que hablaré de ti. No mereces algo tan bueno viniendo de mí. He aprendido que si das la mano te agarran el brazo. Ya no, he cambiado. ¿Para bien? ¿Para mal? Eso decídelo tú. De hecho, ninguno somos el malo de nuestro cuento. Siempre el malo es el otro, el que altera nuestros planes, aunque por una vez ese otro tenga razón. Nunca vemos nuestros fallos, y no valoramos lo que tenemos. Pero... ¿por qué generalizo? En fin. Mírate, no eres nada. Simplemente, un trapo sucio en un armario lleno de polvo. Mientes, y te ahogas en cada una de tus mentiras bajo el frío invierno que está por llegar.
¿Sabes qué? Un amigo mío tiene razón. Es un gato y lleva botas. Sin olvidarnos de su sombrero y ese cinturón que desafía con su espada. Siempre dice que va a pasar algo, que va a haber guerra. Pero no lo olvides, amigo mío: Nosotros siempre somos los malos.

La falsedad aumenta por momentos, al tiempo que no somos capaces de mentirnos a nosotros mismos. Tú no eres el narrador de esta historia. Tampoco yo, ni mi buen amigo. Por supuesto que vas a ganar.  Claro que yo no voy a perder. Seremos vencedores de nuestra propia historia. Pero te aseguro una cosa, nosotros lo haremos con honor. Es algo que siempre nos ha caracterizado. Por la espalda no se ganan batallas justas, realmente así no vencerás a nadie. ¿Qué tu ejército es más poderoso que el mío? Pero no ves que en el mío nos queremos de verdad, nos protegemos unos a otros y cuidamos nuestras espaldas... ais, cierto que no sabes lo que es una amistad verdadera. Lástima. ¿Qué tus armas son mejores? Já, me río. Ya has perdido.

En definitiva, te declaro la guerra viejo amigo mundo. La batalla ha comenzado.

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