sábado, 26 de noviembre de 2011

Perdón por ser humana.


Mira que me advertiste que tu amor era ciego y yo haciendo oídos sordos.

Noche fría. Noche de escaleras. Noche con un par de luces en el cielo. Mi cuerpo a orillas de una verdad a medias, sentirse heroína de una historia en la que varios son los protagonistas, y bajar la mirada ante una verdad incómoda, aferrada a papeles en los que solo hay mentiras escritas de manera suave, hermosa; engañando a los sentidos. Una noche en la que todos llevan máscaras, y sentirse invisible y sola ante personas que ríen y bailan está fuera de lugar; sentir que esa historia tan solo fue un espejismo al igual que las persona que la protagonizaban, y despertar en tu cama, sudando, respirando fuerte, perdida en la inmensidad de la propia vida, entre varias personas que intentan cazarte, acechando, siempre acechando...
Ir más allá, pensar en un “por qué” que tal vez no existe. Volver la mirada atrás y recordar la clase de persona que eras; de la cual, tan solo quedan ya los escombros. “Me queda poco para volver”- piensas, pero tú misma sabes que se acaba el tiempo y tras él, no habrá vuelta atrás. Mirar atrás, segundo a segundo, tu fuerza, tu seguridad, tu mirada dura y fría... y encontrarse con la nada.
De frente.
Duro. Triste. Anhelando lo poco que queda de ti, en el último suspiro de media noche, en la luna que susurra lentamente que la calma es caprichosa, que la normalidad nunca ha existido y que esas noches sin frenos no ocurrieron en el mundo real.
¿Duele?
Duele.
Pero no me dejo vencer.
Sufres, escuchas canciones que te mandan al más profundo pozo y la tumba que estabas cavando para ti misma. Pretendes lanzarte dentro, para desaparecer. Pero en el último segundo piensas y te dices a ti misma “¿Enserio? Soy fuerte. Sé abrazar, sé pedir perdón. ¿Sé perdonar? Sé perdonar... Y en eso de olvidar tengo matrícula de honor. Me hablan de dolor, me hablan de sufrimiento y me hablan de indiferencia. Seco lágrimas ajenas sin intención de que nadie me las seque a mí. Soy fuerte, y quizás eso les asuste.” Y te tiembla la voz cuando el frío que siento deberían sentirlo otras personas. Pero me siento bien conmigo misma. Soy feliz, más que antes. Me faltan cosas, trozos de mí y personas que fueron importantes alguna vez. Pero yo no elegí irme, me obligaron a desaparecer. Mientras, en tu cabeza, se repite continuamente “Habéis cambiado, no sois los mismos”. No, yo no he cambiado. Ellos no han cambiado. Simplemente, hemos madurado. Hemos despertado como el fuego que me calienta las manos antes de escribir con tinta invisible palabras desencadenadas {nmsohecd}. No lo entiendes, ¿Verdad? Soy la única que puede leerlas. Y te das cuenta de que todo cambia. Nuestra conversación se enfría y ya son más de las tres. Quizás la respuesta a la pregunta sea distinta, quizás debas darle la vuelta… ¿Qué te ha pasado a ti?


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