Estaban sentados en la hierba húmeda, riendo como tantas otras
veces, imaginando vidas ajenas. Uno de ellos redactó una fórmula mágica sobre
el cielo y las estrellas, y lo lejos que quedan de nosotros a pesar de ser más
pequeñas que nuestros dedos, con los que podemos alcanzar sus filamentos
dorados.
Alejandro la miró. Llevaba pensativa toda la tarde y el
cielo no podía ser excusa.
-
Si algún día pudieses pedir un deseo con total
certeza de que fuese a cumplirse, ¿cuál sería?
No le sorprendió la pregunta. Alejandro siempre había
tenido sus maneras de preguntar cosas tan simples como un “qué tal”. Todos
respondieron cosas como viajar a la Antártida a ver pingüinos o conocer a su
entrenador de fútbol favorito. Pero ella no respondió, se quedó callada, inerte.
Pasados unos minutos reaccionó y dijo:
-
Pediría no perder lo que tengo.
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