miércoles, 23 de mayo de 2012

Nadie dijo que fuera fácil.

Nadie dijo que fuera fácil ni que fuese tan complicado. Nadie me advirtió de las consecuencias ni de las causas improvistas. Nadie dijo que no diera miedo. Nadie me habló del miedo. Ese que al cruzar la Gran Puerta te corta la respiración, te cierra los conductos del aire, te absorbe llegando a cruzar la línea divisoria entre lo real y tu "yo" interno. Ese que está en los ojos de los médicos, en la boca del que habla, en los informes que sostienen sus manos. Quizás, quieras escapar. Salir corriendo. Alejarte de tu pasado, presente o futuro. Que más da, con tal de desaparecer. Sin demasiados problemas, sin molestar. ¡PAM! Y volver cuando todo se haya calmado, cuando el sol no pegue tanto y la lluvia no te moje. Pero no sirve de nada cerrar los ojos a los problemas y esperar a que desaparezcan solos. No lo harán.
Planteate salir, esta noche bailamos en la primera discoteca que veamos; que los problemas no me quitarán el sueño ni la música alocada. Y quién me diga que he perdido no tiene ni idea de lo que soy capaz de hacer. Que si quiero, voy y lo consigo. Con la punta de los dedos tocar las estrellas; que lo difícil se hace y lo imposible se consigue. Que no es necesario vivir la vida como si cada día fuese el último. Simplemente, hay que vivirlos. Y PUNTO. No te arrepientas de nada que te haya hecho sonreír, que los buenos amigos permanecen o desaparecen sucesivamente pero los recuerdos permanecen. Y al final solo te quedan cinco cartas de la baraja. Que nadie me detenga, que tengo por pistola mi cabeza. Que la fiesta continue, que yo quiero bailar toda la noche.


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