No
eras parecida, ni siquiera la mitad. Solo eras de un tipo chica peculiar, sin
mucho que enseñar. De esa gente que no esquiva tu mirada, ni desemboca
en la locura. Aunque un poco loca si que estabas. Nunca supe muy bien por qué
pero desapareciste de un día para otro, sin explicaciones, sin notas de
despedida ni canciones que hablan de un “adiós pasado”. Tampoco sé muy bien
cuándo ni cómo. Pero te marchaste cerrando tras de ti la puerta con llave.
Dejando atrás aquel eslogan “Te quiero, Locura” grabado en tu piel a fuego
lento.
Y
cuando volviste… sí, meses después… ya no eras tú. No eras ni semejante, ni
siquiera un reflejo. Eras más madura, más cuerda, más mujer. Tal vez, solo en
un aspecto. Pero, al fin y al cabo, lo eras. Aquella sonrisa se esfumó, con tus
zapatos de tacón. Llegaron las tardes solas, amagada en el sofá. Llegaron los
atardeceres rápidos, sin sol que ocultar. Llegó… el habla del silencio. Y por
mucho que buscaba, no te encontré. Tiraste los espejos de tu casa y pintaste
las paredes de negro, teñidas con la sangre de tu corazón.
“Me
perdonarán-pensaste- porque nunca supe… Sí, nunca supe amar”. Pero siento
recordarte, Querida amiga, que no eras la narradora de aquella historia. Mi
Historia.
Y
retomaste tu camino, en aquel crisol oscuro y frío, dejado de la mano de algún
dios interesado en sus quehaceres. Tenemos la mala costumbre de perder el
tiempo buscando metas falsas. Pero tú (quiero decir, yo) ni lo intentaste. Te
quedaste allí, parada, inmovilizada en un rincón sin saber qué hacer, qué
decir. Fue una cuenta atrás retomada desde el principio. Es complicado poner las cosas en orden con tu voz en
mi cabeza, diciéndome una y otra y otra vez:
“se acabó, todo ha terminado- repetías con tu
voz insistente, ametrallando mi cabeza- nunca volverás a ser como antes, no
debes intentarlo”.
Mientras
un susurro leve asomaba por mi mente diciendo:
-
Y,
¿yo?; y, ¿yo?...
Pasaba
con el horario de autobuses, sin insistir, sin obligarme a caer en sus redes,
sin molestar. Tú me impedías oírlo, me ahogabas con tu cacofonía. Intermitente,
el susurro no desapareció. Balbuceaba de vez en cuando, tal vez… cuando tú
estabas más cansada de lo habitual y se lo permitías.
Pasaron
los meses, el Invierno y el Otoño trajeron de la mano a las flores que
adornaron la Primavera. Rozaron tu dulzura y te devolvieron parte de ella…
Retomaste el color azulón plateado de tus antiguas paredes y compraste espejos
nuevos, más pequeños que los antiguos. Pero la intención es lo que cuenta.
Pronto volví a escuchar tus
tacones hiriendo el suelo. Volvió a colocar su pintalabios rojo en el baño y,
de vez en cuando, dejaba sus labios en aquel espejo. Ya no le importaba dejar
sus huellas por la casa. Estaba
volviendo a ser. ¿Alguna vez te has preguntado por qué en los libros nunca
aparecen dos personas con el mismo nombre? Obviamente, los autores intentan dar
importancia y diferenciar a cada uno de sus personajes. Pues, cada uno de
ellos, tiene un papel esencial, una trama que realizar para encauzar un final
que desvele emociones insospechadas en el lector. Así se sentía ella, y así…
volvería a ser. Quizás, no mañana pero… sí algún día.
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