miércoles, 30 de mayo de 2012

Ni tacones ni Mustang, zapatillas de estar por casa.

Nadie supo cómo ayudarla, ni cómo atravesar aquella flecha. Quizás fue demasiado fácil jugar, o demasiado difícil perder con aquella facilidad tonta que tú le ponías a todas las cosas. Pero ya no te reconozco en tus zapatos. Ni tacones ni Mustang, zapatillas de estar por casa. Y que de aquella chica que fuiste hace tiempo, solo quede el rastro de tus ojos…
No eras parecida, ni siquiera la mitad. Solo eras de un tipo chica peculiar, sin mucho  que enseñar.  De esa gente que no esquiva tu mirada, ni desemboca en la locura. Aunque un poco loca si que estabas. Nunca supe muy bien por qué pero desapareciste de un día para otro, sin explicaciones, sin notas de despedida ni canciones que hablan de un “adiós pasado”. Tampoco sé muy bien cuándo ni cómo. Pero te marchaste cerrando tras de ti la puerta con llave. Dejando atrás aquel eslogan “Te quiero, Locura” grabado en tu piel a fuego lento.
Y cuando volviste… sí, meses después… ya no eras tú. No eras ni semejante, ni siquiera un reflejo. Eras más madura, más cuerda, más mujer. Tal vez, solo en un aspecto. Pero, al fin y al cabo, lo eras. Aquella sonrisa se esfumó, con tus zapatos de tacón. Llegaron las tardes solas, amagada en el sofá. Llegaron los atardeceres rápidos, sin sol que ocultar. Llegó… el habla del silencio. Y por mucho que buscaba, no te encontré. Tiraste los espejos de tu casa y pintaste las paredes de negro, teñidas con la sangre de tu corazón.
“Me perdonarán-pensaste- porque nunca supe… Sí, nunca supe amar”. Pero siento recordarte, Querida amiga, que no eras la narradora de aquella historia. Mi Historia.

Y retomaste tu camino, en aquel crisol oscuro y frío, dejado de la mano de algún dios interesado en sus quehaceres. Tenemos la mala costumbre de perder el tiempo buscando metas falsas. Pero tú (quiero decir, yo) ni lo intentaste. Te quedaste allí, parada, inmovilizada en un rincón sin saber qué hacer, qué decir. Fue una cuenta atrás retomada desde el principio. Es complicado poner las cosas en orden con tu voz en mi cabeza, diciéndome una y otra y otra vez:
 “se acabó, todo ha terminado- repetías con tu voz insistente, ametrallando mi cabeza- nunca volverás a ser como antes, no debes intentarlo”.
Mientras un susurro leve asomaba por mi mente diciendo:
-          Y, ¿yo?; y, ¿yo?...
Pasaba con el horario de autobuses, sin insistir, sin obligarme a caer en sus redes, sin molestar. Tú me impedías oírlo, me ahogabas con tu cacofonía. Intermitente, el susurro no desapareció. Balbuceaba de vez en cuando, tal vez… cuando tú estabas más cansada de lo habitual y se lo permitías.
Pasaron los meses, el Invierno y el Otoño trajeron de la mano a las flores que adornaron la Primavera. Rozaron tu dulzura y te devolvieron parte de ella… Retomaste el color azulón plateado de tus antiguas paredes y compraste espejos nuevos, más pequeños que los antiguos. Pero la intención es lo que cuenta. Pronto volví a escuchar tus tacones hiriendo el suelo. Volvió a colocar su pintalabios rojo en el baño y, de vez en cuando, dejaba sus labios en aquel espejo. Ya no le importaba dejar sus huellas por la casa. Estaba volviendo a ser. ¿Alguna vez te has preguntado por qué en los libros nunca aparecen dos personas con el mismo nombre? Obviamente, los autores intentan dar importancia y diferenciar a cada uno de sus personajes. Pues, cada uno de ellos, tiene un papel esencial, una trama que realizar para encauzar un final que desvele emociones insospechadas en el lector. Así se sentía ella, y así… volvería a ser. Quizás, no mañana pero… sí algún día.

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