miércoles, 21 de marzo de 2012

Lluvia de Verano.

Decían que era Primavera, que las flores oscurecían a su paso y los castillos del Norte chirriaban. Decían que nunca encontraría un cuento mejor donde esconderse y que el Otoño le asustaba. Bueno, decían tantas cosas de ella. Nunca supe muy bien su suerte ni su paradero pero siempre la quise. Incluso cuando se perdió en los ojos grises se aquel audaz marine. Quizás nunca supo de mi existencia o fui un simple soplo de aire. Solo ella lo sabe. Y, una tarde, ocurrió. Recuerdo ese día como una lluvia de verano. Rápido. Todo pasaba rápido. Día tras día. Lo tenía todo, le amaba y le tenía. Ignoraba todo los problemas del ‘mundo exterior’. Ese ‘mundo exterior’ que siempre acaba por estropearnos por dentro y nos pone en duda. Incluso yo acabé dudando. Y entonces...lluvia de verano. ¿Sabes lo que es “lluvia de verano”? Sí, un día de esos días que todo parece ir normal y de repente sucede. Sí, típicos días que rompen las reglas, que arrasan con todo el pasado y que acabaron ahogando sus sueños. Así, ciertas lluvias de verano se anclan en nosotros como un nuevo corazón que late al unísono del otro. Y, entonces, ocurrió. Mientras él la dejaba abandonada, inerte entre sus sentimientos arrancados sin previo aviso, me miró. Y solo fueron cinco segundos mal contados. Pero me miró. Y te aseguro que nunca lo tuve tan claro. Pero, Lucía se levantó. Recogió sus sentimientos del suelo y se marchó intentando recolocarlos. Y lo entendí. No era el momento, pero llegaría. Esa mirada me lo dijo. Y buscando alguna florecita que alegrase su buzón, encontré su corazón tirado en el suelo, roto, sucio, lleno de polvo. Desquebrajado. Y llovió. Aquella noche llovió y no solo dentro de ella, también fuera, en la calle, bajo la capa de nubes negras.  Intenté arreglar su corazón toda la noche, pero ni el pegamento ni el celo podían pegarlo.
Pasaron semanas, meses. La cuenta la perdí junto a mis gastos por arreglar aquel pequeño corazón malherido, oscurecido a pesar de tener restos de su color natural. Pero el dolor era fuerte. Y la distancia aún más. Decían que ya no era ella, que su voz había cambiado, que sus ojos ya no eclipsaban y su sonrisa no amanecía. En cierto modo, podía llegar a saber lo que sentía pues, al fin y al cabo, tenía su corazón encima de la mesita. Una noche, cuando su corazón asomaba más plateado, decidí ir a buscarla y devolvérselo. Me asomé a su balcón y le pedí a las estrellas que susurraran su nombre. Ella apareció, con un camisón azul, tan guapa como mi “yo” interior podía llegar a entender.
- Rui, ¿qué haces aquí?
- Baja un momento. Tengo una sorpresa.
Me gustaría decir que solo fueron cinco minutos los que tardó en bajar, pero mi subconsciente mentiría: fueron cuatro años. Abrió la puerta y me asomé a sus ojos, y al verme reflejado en ellos, me sentí con fuerzas.
- Rui, ¿qué pasa?
- Toma- le dije mientras cogía sus manos y posaba en ella su “pequeño” corazón. Parecía estar recobrando su color plateado y comenzaba a brillar más a menudo.- Lo he cuidado para ti. Creo que ya era hora de que lo recuperaras.
-  Creí que él se lo había llevado aquel día. Supongo que gracias.
La miré una última vez, y me marché camino cuesta arriba. No volví a mirar, pero sé que se quedó contemplándome mientras desaparecía entre los viejos edificios. Y, podría afirmar, que fue ese día cuando Lucía volvió a brillar.

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