sábado, 10 de marzo de 2012

Sonrisa de ramera.

Con su sonrisa de ramera, calentando motores… preparados, listos, ¡YA! Empujando hacia las puertas, encerrados en un cuarto oscuro, celebrando la entrada del nuevo año con una copa de champagne en la mano, derramada por el suelo.  Un  beso con mordisco incluido. Fuera vergüenza, aquí no está invitada. Quema algo, duele. Seduce a sus víctimas. Y entre tantas ganas de comerse, la fiesta continúa.
Parados en las aceras, tirando cohetes con sabor a alcohol, algunos labios rojos funden sus secretos con la medianoche. A esa hora, los lobos hambrientos surgen entre la música y la comida servida en la mesa larga del gran salón. Vestidos escotados, piernas interminables, trajes enfundados, caretas y purpurina esparcida por los aires. Rojo, negro, azul. Y al final de todo, ella. Subida a sus tacones, pelo castaño recogido en un elegante moño informal, medio ondulado, con algunos mechones que se quieren unir a la fiesta, intenta pasar desapercibida. Es improbable, y así sucede, es demasiado guapa. Está perfecta y mira que es difícil alcanzar ese grado de perfección, pero ella lo ha conseguido con tres gotas de maquillaje y unas pestañas increíbles. Un vestido, palabra de honor, azul eléctrico ciñe sus curvas y unas piernas sin término medio. Su piel dorada deja entrever un diminuto tatuaje de un sol en su hombro derecho. Sus ojos grisáceos de clavan en las copas de Vodka Negro y de 43. Se acerca a servirse un poco. Hoy puede permitírselo.

Un muchacho alto, de sonrisa perfecta, ojos verdes, enfundado en un traje negro con una camisa blanca que le sienta genial y unos pantalones casi perfectos, se acerca a ella y le susurra algo al oído. Su sonrisa se hace más perceptible. Dulce, con voz de niña, se acerca al micrófono acompañada por el muchacho de los pantalones casi perfectos y deja ver su gran potencial artístico. Su voz llega a todos los rincones del gran salón y es inevitable que todos se fijen en ella. Al acabar, un grupo de jóvenes reclaman su atención desde el fondo de la sala. Y el muchacho, protegiéndola de miradas ajenas, la agarra por la cintura hasta donde se encuentran sus amigos. Ella se mueve con elegancia, con sencillez. Sus perfectas manos sujetan una copa casi vacía que el chico de los pantalones casi perfectos le arrebata de inmediato.
-          No me gusta que bebas.
Lo dice de un modo que solo lo escuche ella pero sin llegar a susurrárselo. Serio, la mira intentando regañarla. Ella sonríe y le besa en los labios. No es un beso cualquiera, es su primer beso del año. De ese año que no tiene nada que ver con el anterior, para bien o para mal.

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