martes, 1 de febrero de 2011

Uoh...

Por un segundo, por un minuto, sientes miedo. Pero no. No es el típico miedo que te da escalofríos por la noche cuando eres pequeña mientras estás en tu cama, calentita, con tu osito de peluche al lado, abrazándote, mientras escuchas esos ruidos en algún lugar de tu casa o de tu habitación, en el peor de los casos. No es ese miedo a encontrar un monstruo en el armario o a sacar los pies de las sábanas por miedo a que algo los coja. No es ese miedo que te obliga a asomarte debajo de la cama por miedo a encontrar al coco.

Tampoco es el miedo a no llegar a alcanzar nuestras metas. Porque para cabezota YO. Tampoco es miedo a la soledad. Sí, ese que nos hace esclavos de los demás.
No es miedo a sufrir cualquier tipo de enfermedad, sea cual sea.
Tampoco es miedo a que el dolor nos produzca placer o bien nos suponga una vía de escape a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. O miedo a la propia ira, al propio odio...
No. Aunque tampoco es miedo a no poder controlar lo que va a suceder. No, no es miedo a las consecuencias.
Yo diría que más bien es el miedo primigenio: El miedo por el mismo miedo, miedo a tener miedo. Es el miedo en estado puro y quizás uno de los más difíciles de controlar ya que se esconde en lo desconocido y en un no saber por qué se sufre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario