jueves, 16 de febrero de 2012

Carta a Peter Pan.

Querido viejo amigo:

Veo que has vuelto al País de Nunca Jamás. Aunque ya no significas tanto como antes.
Desde tu marcha es invierno. Los pequeños copos, suaves, tiernos, me rozan las mejillas en el rubor de la mañana. Apenas sale el sol y el bravío mar azota los navíos encallados en el puerto. Las hadas han fracasado en su intento de hacerte volar. {Quieres rozar el cielo con los dedos, pero eso es cosa de ángeles no de vagabundos} El polvo mágico es una cuestión de confianza, aunque te cueste creerlo. El cocodrilo ha sido encerrado por Garfio en el Castillo Negro. Y allí, a punto de morir, espera un sacrificio por su cruel destino inevitable.

Debo agradecerte que me salvaras de los peligros que podía correr en aquel tiempo. Pero ya no soy una niña, soy una mujer, la Jefa de la tribu. Y reinaré entre las montañas y los bosques, entre el mar y la tierra, en la roca y el árbol hasta que mis manos arrugadas supliquen tu regreso y la paz tan deseada.
Creo que piensas que con un acto, todo lo demás sobra. Piensas que puedes escapar, volver hacia atrás. No, te recuerdo que Garfio ha destruido todos los relojes para perder la noción del tiempo. Y lo ha conseguido. Ahora solo las estrellas pueden mostrarnos la diferencia entre la luz y la oscuridad.
Te esperé. Todos esperamos que volvieras. Sabíamos que tu amor por Wendy abarcaba más allá de estas tierras. Pero con tu marcha perdiste aliados.

He querido ir a buscarte muchas veces. Pero con el paso de los años me convertí en un leve murmullo en tu cabeza. Te olvidaste de los niños perdidos, de Campanilla, y con ellos, del País de Nunca Jamás.
Recuerdo cuando bailábamos frente a la hoguera y buscábamos el destino escrito en las estrellas. Ingenuos niños.

El refugio está vacío y en ruinas. Tranquilo, los niños perdidos están bien. Simplemente, han cambiado de casa. Ahora trabajan para el capitán Garfio. Me cae bien, es un gran pirata. Su vida se basa en una serie de catastróficas desdichas.

Espero que algún día vuelvas. Pero me temo que tu nombre ya no lo canta el viento, sino las sirenas que se niegan a creer que no volverás. En fin, no hay más ciego que el que no quiere ver.
Espero que, al menos, cuando leas esto te acuerdes de mí.
Fdo: Tigridia, la princesa de los Indios.

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