martes, 28 de febrero de 2012

Sigo siendo la misma, pero con otros ojos...


Abres los ojos. El sonido de los aparatos funcionando te desvela. El suero está incrustado en tus venas. Sientes sueño, dolor de cabeza. Sientes ese olor. Vuelven esas ganas terribles de ahogarte en tus penurias sin darle demasiada importancia a la bandeja con comida sobre la mesa. Tienes la boca seca, pero no soportas probar el agua de esa botella. La anestesia está desapareciendo pero las ganas de devolver no cesan. Miro más allá de las figuras andantes por la avenida que no cesan ante el inminente ruido, más allá de la clínica. Entonces, llega una enfermera. Te mira. Odias esa mirada… siente pena. Desvías la mirada. Ella ve que no has probado nada. Cree entender el por qué, pero no puede. Finalmente, se aproxima a ti y, acariciándote, te pregunta:

-    ¿Lo más duro es el tratamiento?
-    No, lo más duro es no verles, estar a 800 km de casa. Lo más duro es no ver a tu familia durante meses, no poder dar ni un paso sin caerte o no sentir el contacto de su mano en mi piel. Eso es lo más duro, no un estúpido tratamiento.

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