miércoles, 12 de octubre de 2011

Prólogo: No importan los días, que pasen las horas. (Primera parte)

Prólogo.

Sus manos delicadas, blancas, porcelanosamente cuidadas, pasaban delicadamente cada página del libro. Sus ojos, de un color verde plateado, recorrían cada línea asimilando cada palabra escondida entre oscuros sentimientos de tardes chocolateadas por los rayos rezagados del crepúsculo, escondidos entre los altísimos rascacielos de la ciudad. Sus labios, con ese pequeño toque a gloss mentolado. Brillantes, sabrosos, apetecibles y rosados, escondían un beso que muy pocos podrían llegar a saborear. Su pelo, moreno y ondulado, danzaba al son de las canciones repetidas en el tocadiscos de mi habitación, rozando con sus puntas una camiseta rosa, escotada lo justo para mostrar su dulce picardía. Su voz de cristal inundaba mis sentidos acompañando melodiosamente a las canciones del tocadiscos.
La miré. Ella, tan especial. Ella, tan guapa. Ella, única. Ella.
Terminó de leer y me miró. Iluminándome, yo me escondía entre los acordes de mi guitarra. La quería, la amaba. Lo era todo para mí. No podía dejar de mirarla pero debía volver a las cuerdas desgastadas de mi guitarra. 

“El día que no pueda más voy a matarte […] Me levanto lento voy hacia arriba dejo cabos sueltos... a la deriva. Y no dejo huella, quiero irme con ella donde me diga...”


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