sábado, 22 de octubre de 2011

Secretos escondidos.

A veces tendemos a guardar un secreto. Un secreto escondido. Algo que mantenga nuestra identidad secreta. 
Normalmente, es un sentimiento Frankestein. Algo que hemos creado y que se pone en contra nuestra. No has tenido en cuenta las consecuencias y has dejado que ese sentimiento te inundase poco a poco hasta ahogarte como al mismísimo Titanic. Cruelmente, esplendorosamente, fieramente sin importar nada más. Parece que el diablo quisiera divertirse un rato con nosotros. 
Esos secretos escondidos que no cuentas a nadie más que a tú “yo” interior. Esos secretos que te matan, te hunden y, pocas veces, te hacen renacer.

A veces, confiamos en las personas a la ligera. Quién sabe por qué. Quizás porque tienes una pequeña intuición. O porque parecen sinceras. Es como cuando vamos a misa y nos dicen que creamos en Dios, que en él podemos confiar. Y rezamos, como si ese Dios que tanto decimos que está allí arriba pudiera leer nuestros pensamientos. Nos arrepentimos como si él supiera cuáles son nuestras oscuras intenciones. Esperamos que nos perdone cualquier pecado alguien al que no hemos visto nunca, alguien en quien se supone que debemos confiar sin saber nada de él, sin conocerle, cuando siempre nos han dicho que no confiemos en desconocidos, que no hablemos con alguien a quien no conozcamos.  Como Caperucita, hablamos con el lobo, nos fiamos de él, sin conocerle, sin haberle visto nunca. Visto lo visto, no puedes confiar en alguien así como así, solo porque te digan “es de confianza, no te fallará”. 
En el infierno, cuentan más los hechos día tras día que las palabras. En mi oscuridad están tus escombros. Y, es aquí cuando, al final, te das cuenta de la realidad y aprendes la lección. Si solo lo sé yo, nadie se enterará.
Todos tenemos un secreto escondido. Quizás, dos. Pero es “nuestro” secreto escondido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario