martes, 20 de diciembre de 2011

Paradise.

Estás en el cine. Estás viendo con tus amigos esa película que esperabais que sacaran desde hace tiempo. Y, de pronto, te ríes sola. Te ríes en silencio, en tu cabeza pero con ganas. Y esbozas, sin darte cuenta, esa estúpida sonrisa tonta porque estás pensando en él. Recordando su sonrisa, su mirada, su cara. Le miras. Está a tu lado, mirando la película, analizando cada escena. Todo en él te parece único. Todo en él es único.
Vuelves a mirar a la pantalla. Te has perdido la mitad de esa famosa película que esperabas ver desde hacía, más o menos, tres meses y aún así, te alegras de haberle mirado.


Y al día siguiente igual, en un parque, todos en grupo, comiendo perritos y patatas de la tienda de enfrente. Y tú, otra vez, mirándole, sonriéndole.  Sientes como gira la cabeza para mirarte e, inconscientemente, la giras tú. No quieres que vea que es tu debilidad. Sigue ahí, sentado, sin hacer nada. Te encantaría que se levantara de ese coche y fuese hacia ti para abrazarte. Que te besase, que te dijera “te quiero”… Quizás piense que te ríes del último chiste que acaban de contar. Quizás no quiera ir. Quizás no te haya mirado a ti. Parece no entender que si sonríes es solo para él. No se da cuenta.
Mírale, no hace falta tanto. Solamente, una mirada.


Ya lo entendí, solo hay una persona capaz de hacerme feliz y eres tú.

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